LA BUENA SUERTE

“Siempre he pensado que las Navidades son unas fechas deliciosas, un tiempo de perdón, de afecto, de caridad, el único momento que conozco en el largo calendario del año, en que hombres y mujeres parecen ponerse de acuerdo para abrir libremente sus cerrados corazones…”

(Charles Dickens, “Christmas Carol” 19 diciembre 1843)

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Playa Montaña Bermeja, Lanzarote – Foto de Laura Jordán

Me dio la mano y me miró a los ojos mientras volvía a darle una calada a su cigarro. “Que 2018 sea mejor que este año, y que todas las personas que hayan sufrido no vuelvan a sufrir y sean más felices”, me dijo. “Gracias por todo, de verdad”, añadió. Y volvimos cada uno a nuestra senda. Yo con las prisas y él con la paciencia necesaria para pasar una fría noche en su camión antes de descargar su mercancía en una fábrica de Sevilla.

Me fui a correr pensando en esa fe autoinculcada. Por primera vez me fijé en las hojas caídas del Parque de María Luisa, en la humedad que se desprendía de los “periquitos” (aspersores) que daban vida a la vegetación en una gélida noche de invierno. Corrí con dolor, y qué más da. Acompañé a uno de mis corredores en sus series, mientras animaba al resto. Todos estaban allí para cumplir un sueño. Su mejor sueño. Y yo estaba con ellos para ayudarles a conseguirlos.

La pasión siempre es necesaria en todo lo que hacemos. Una de las cosas que me hacen más feliz es divisar a lo lejos el punto que quiero alcanzar. Lo miro una y otra vez, y me digo: “voy a por ti”. Otra de las cosas que me apasiona es ayudar a los demás y animarles a que salgan de su zona de confort. La felicidad extraordinaria requiere  acciones extraordinarias. No hay nada en la vida que nos llegue sin luchar, sin trabajar duro, sin hacer cosas que parecen imposibles cuando quieres empezarlas. La preparación es la clave del éxito. Nos lo dicen en todos los Masters sobre Ventas. Y nosotros nos lo grabamos a fuego, para el trabajo y para la vida. Tenemos que orientarnos al cliente y orientarnos a los sueños. La preparación es la clave del progreso. Y mucha gente se prepara desde que amanece hasta que caemos dormidos en la noche.

Pensé en la suerte y en la buena suerte. Hay muchas personas que se quejan una y otra vez de la mala suerte que tienen pero no hacen nada por remediar su situación. El estrés más grande que existe es la dispersión que a veces sufrimos cuando caminamos por la vida, la falta de objetivos claros y por ende el inexistente rumbo que nos lleva a lugares que no deseamos. Las personas necesitamos marcarnos metas exigentes. Puntos en la diana que nos gratifiquen su alcance.

La suerte se trabaja, se acaricia y se modela para ponerse su mejor atuendo en la noche más hermosa que vendrá un día. Ese día en el que apretaremos los puños de satisfacción. Un día en el que nos daremos cuenta de que hacer lo que los demás no hacen es a veces lo que marca la diferencia de las personas. No se trata de lograr la atención de nadie. Los aplausos que se da uno mismo son los más valiosos que podemos encontrar. Porque la autocomplacencia es la intimidad más bonita que existe y lo que nos hace diferentes al resto. El progreso de los hombres y mujeres es el arma más poderosa que podemos alcanzar. El progreso nos lleva al éxito. El éxito nos dispone para fracasar. Y el fracaso conlleva la necesidad de haberse preparado mejor que nadie para acabar encontrando la felicidad y la satisfacción que implica ser un luchador incansable.

Francis Campos

Brenes, Sevilla. 29 de diciembre de 2017

VOLVER AL ORIGEN

“La vida, para mí, no es una vela que se apaga. Es más bien una espléndida antorcha que sostengo en mis manos durante un momento, y quiero que arda con la máxima claridad posible antes de entregarla a futuras generaciones.”

George Bernard Shaw

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Francis Campos – Kyoto (Japón)

Camino a primera hora de la mañana hacia la clínica donde me dan rehabilitación. Hago eso que llaman meditar o reflexionar. Detener el mundo, o intentarlo cuando hemos olvidado cómo se hace. Mientras ando, observo a mi alrededor a todas las personas que llevan entre sus manos un teléfono móvil. Nos hemos convertido en seres que ya no sabemos cómo se vive sin engullir información inútil.

Pienso en la foto de la mañana, en la de ayer y en las de los días que vendrán. Las fotos donde explicaremos al mundo en las redes sociales lo felices que somos, aunque muchas veces nos coma la infelicidad, o aunque ni siquiera pensemos del modo en que reflejamos en los estados que hacemos públicos. Que se enteren todos de que somos muy profesionales, muy deportistas y por supuesto personas bien hermosas por dentro y por fuera.

Hoy me he despertado con el pie correcto, el de la sensatez. El de la razón que me dice que puede que el mundo también se equivoque a veces. De pronto, dejo de creer en el curso de las cosas que pasan junto a mí mientras camino. Dentro de la clínica suelto el móvil y agarro un libro. Los sucesivos días avanzo en mi libro hasta terminarlo. Y entonces, recuerdo cuando en el colegio gané un concurso en el que acabé terminando 64 libros en todo el curso.

De pronto, siento que estoy derrochando mi tiempo. El de cada vez que interactúo con personas a las que no les importa mi vida, ni a mí la de ellos. Porque realmente no tenemos que demostrarnos nada los unos a los otros, y aun así hasta muchas veces somos grandes amigos fuera del mundo virtual. Tampoco tenemos que bebernos toda la información que la red nos ofrece. Al final, terminamos la jornada exhaustos con tanta publicidad y experiencias maravillosas. Ese día hemos vivido un poco menos. Y así sucesivamente.

Cada amanecer comienzo a pensar que a veces la vida es mucho más simple de cómo nos la pintan. No me importa cuánto avancen los demás, pero no puedo avanzar sabiendo que dejo detrás de mí los rasgos que me forjaron cuando no había Facebook, Instagram, Twitter, Whatsapp, o ni si quiera internet. Pertenezco a esa generación que creció en las calles de su pueblo jugando sin parar. Creo que en las circunstancias en las que me encuentro a día de hoy, con tantas distracciones que transportamos en nuestros Smartphones, no sería capaz de fundar un equipo de hockey, como hice cuando tenía apenas diez años. Me enseñó mucho más pasar horas y horas con mis patines que el encender la pantalla para visualizar sensaciones artificiales que realmente representan la verdad o la mentira que uno quiere crear en su mente.

Finalmente, detengo al mundo y me bajo. Este ser que observo no soy yo. El Francis Campos que publicó un libro de poesía con veinte años, el que escribía artículos y poemas casi cada día. El que se sumergía en un mundo interior que ahora veo arrasado por los derroteros de nuestra experiencia sobre la generalidad que supone ser como los demás.

No tengo nada que reprocharme. Quizás mañana publique otra vez ante todos lo feliz que soy, porque realmente es así cómo me siento. Pero quizás esté rescatando partes de mí que me caracterizan y que me definen como persona. Los sentimientos no tienen por qué inventarse, pero cuando deslizo la tinta sobre el papel no necesito ningún “me gusta”, porque me conformo con pensar y sentir dentro de mi esa plenitud de sincerarme con mis seres más queridos.

Hoy es el día en el que vuelvo al origen. A los días en los que transportaba lápiz y libreta para expresarme. A las horas en las que observaba al mundo a mi alrededor. A la búsqueda constante de una vida mejor, a la réplica nunca efímera de los momentos que causan infelicidad. Me debato entre mi filosofía de vida y la vida de la filosofía del hoy. No me importa que la soledad me indique que todos caminan en una única dirección contraria a mí. Mis caminos son la múltiple esencia de sentirme vivo cuando beso a mi novia y abrazo a mi familia.

También me siento vivo cuando corro, cuando pedaleo, cuando nado y cuando cocino. Esta es la vida que yo elegí. Y también puedo equivocarme y confiar en que el mundo está en lo cierto, pero también puedo hacer un alto para redescubrirme y abrir un libro que me devuelva a la realidad de mi ser. No es fácil desconectar de la necesariedad de estar siempre conectado. Quizás nunca alcance la fama, ni la riqueza, ni grandes patrocinadores para cumplir mis sueños. Pero no estoy dispuesto a manchar mi humilde esencia, porque ante todo siempre antepondré mis valores a lo preestablecido, y cuestionaré cualquier enseñanza que signifique damnificar a mis sentimientos y a mis principios más elementales. No es fácil caminar a contracorriente, pero un escritor no puede escribir lo que la gente quiere, sino lo que el mundo necesita de verdad.

Francis Campos Jareño

Brenes, 26 de julio de 2017

LA LIBERTAD DE ELEGIR SER FELIZ

«El único camino para hacer un gran trabajo, es amar lo que haces».

Steve Jobs

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Nos movemos por ese áurea que rodea a las mentes que esperan aplausos desde el amanecer. A veces pienso si merece la pena dejar de sonreír cuando realmente lo tenemos todo. Si de verdad debemos pagar ese precio en algún momento de nuestras vidas cuando no hay motivos. No podemos compensar de cualquier manera a las personas que deciden vivir de algún modo distinto a nosotros para después anhelar otras maneras de vida. Somos el viento que elegimos. La razón que hemos decidido ser con nuestra manera de dejarnos llevar.

No puedes pedirle a un chico de dieciocho años que elija su camino sin equivocarse. Si ostenta la madurez necesaria, al menos tendrá la suerte de intentar aspirar a un trabajo que le haga ganar dinero, acceder a muchos viajes y muchos lujos, y si se puede, con poco esfuerzo. Yo estudié Derecho y ADE por dinero. Y es que en el año 2004 cualquier persona preparada podía acceder a un buen puesto de trabajo. Pero cuando terminé en el año 2010 las cosas eran bien diferentes y como a todos, me tocó sudar la gota gorda.

Me he cruzado a lo largo de mi vida con muchas personas que me han hablado de la gran suerte que tengo. Y es cierto, me siento muy afortunado. Pero también es cierto que la mayor parte de la suerte se compone de decisiones y dedicación que nosotros mismos queremos o no queremos experimentar. Y a mis treinta y un años, cuando miro hacia atrás, puedo recordar que antes de todo esto pisé el campo bastantes campañas desde los dieciséis años, que también puse muchas copas y pasé bien pasada la bandeja por múltiples eventos en hoteles. Nadie te regala dos carreras y una tercera, ni el inglés, ni el erasmus en Monterrey (México). Y al final, con veinticuatro años te ves sentado delante de tres personas a las que no conoces, y que cuestionan tu capacidad para entrar a trabajar en el equipo comercial de una de las multinacionales más grandes del país.

Y al principio todo es genial. Eres muy joven y lo tienes todo. Viajas en primera clase en AVE y avión, cenas en restaurantes, duermes en hoteles y viajas a lo largo y ancho del país. Qué bonito. Y entonces un día te das cuenta de que el tiempo pasa y de que llegas a casa a las ocho o a las nueve de la tarde y de que realmente es a esa hora a la que comienzan tus días y tus sueños de verdad.

Te das cuenta de que tu sueño de ser un ejecutivo con éxito es el sueño que la sociedad nos ha inculcado, porque lo que realmente te hace feliz es la paella que te comes con tu familia y el abrazo que te regala tu pareja y tus seres más queridos en los momentos de mayor debilidad. Empiezas a cuestionar el modo en el que vives, y un día, cuando has explotado del estrés y ya con la vía puesta en el hospital, piensas si realmente merece la pena sufrir por hacerle ver a gente a la que no le importas, que eres un tío profesionalmente muy válido.

Al atarme los cordones de las zapatillas a las siete de la mañana acabo pensando que me importa un carajo lo que piensen de mí. Ellos y todos ellos. Beso a mi novia antes de salir y empiezo a correr mientras amanece. Veo mi vida en los próximos cinco años. Diseño cada paso para llegar a donde quiero, a donde me hace feliz. Y que conste que jamás he creído en la buena suerte. Y si no, que se lo digan a mi hermano, que con veintisiete años lleva veinte tocando el piano, y camina con su carrera de catorce, dos masters y cuatro idiomas de regalo a sus espaldas.

Yo le veo a él y le admiro porque su trabajo es su vida, y su vida es su trabajo. Entonces a las tantas de la mañana sigo todavía con los libros, después de haber trabajado y entrenado, estudiando la carrera de Nutrición, sin saber si quiera a dónde me llevará esta senda que a veces se hace demasiado cuesta arriba. Pienso en que esta es mi apuesta, mi inversión, y caigo en el hecho de que en esta vida nadie te regala nada, y que si quieres aspirar a ser feliz, tienes que currártelo desde la primera hasta la última hora del día.

Cuando entreno también soy muy feliz. Ya no me importa tanto el reto sino la sensación de sentirme vivo día tras día. A veces me han dicho que vivo obsesionado con el deporte. Creo que a ese tipo de personas les encantaría poder sentir lo que sentimos los deportistas que amamos lo que hacemos día tras día. Simplemente tienen que querer hacerlo como lo hace mi abuelo, con ochenta y siete años sobre su bicicleta estática, o mi novia en sus palizas de maratones de BTT cuando todos se retiran y aparece ella al fondo de la meta con una sonrisa que eclipsa el sufrimiento de un día tan duro. La más increíble de las gestas consiste en soñar y después perseguir tus sueños. No dejarte vencer por el miedo o por las opiniones de las personas que te dirán una y otra vez que no puedes lograrlo.

Hagas lo que hagas en la vida, hazlo porque te hace feliz. Y no mantengas sobre ti nada que te amargue o te desvíe de tu camino. La vida es demasiado corta como para vivir sufriendo, como para conformarse con lo que tienes si no te llena. Por eso avanza, da el primer paso, y sobre todo extrapola cómo serían tus pasos dentro de cinco años. Ese será tu punto de referencia sobre el que tendrás que trabajar. Abraza a las situaciones que no deberíamos cambiar por nada del mundo, como la manera en la que ella me sonríe cuando miro hacia atrás mientras me marcho. Esa es mi vida y mi mayor logro. Es mi inspiración para seguir caminando arropado por la felicidad.

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Francis Campos Jareño

Brenes, 16 de julio de 2017

LA VIDA SIN PALABRAS

«La vida sin palabras se resume en respirar…»

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Ser consciente de lo que se siente. Y de lo que no se siente.

Eso me repito en cada baremo que tomo sobre mi vida con cada paso que doy cuando avanzo. No siempre escribo, ni he vuelto a publicar libros, como antes. Quizás porque los escritores podemos escribir en cualquier soporte. También cuando besamos. Y también con nuestra mirada.

He visto muchas cosas en mi vida. Muchas más que muchos y muchas menos que otros tantos. He visto palabras que mentían y hechos que no eran verdad. Razones que fueron el motivo de morder el polvo de la sinrazón. Y ojos que leían sin leer lo que querían atraer para sí mismos. He visto a mi alma atravesada y acariciada al mismo tiempo. He vivido y he podido escribirlo desde que tengo catorce años.

Ahora camino impasible muchas veces con ese mundo interior que nunca comunico, ni expreso. Quizás porque el hecho de escribir ha significado para mí ese momento auténtico conmigo mismo, en el que le gritaba al mundo lo que nadie puede oír. Mi inmenso sentimiento.

La vida corre. A veces demasiado deprisa como para detener ese paso en el que lo correcto no es siempre lo mejor. Ni lo mejor conlleva el mejor de los pasos. Nunca me he avergonzado por hacerlo porque quizás nunca he escrito una mentira, y porque la interpretación de mis letras es un enfoque propio que me abraza y me pertenece sólo a mí.

Eso es quizás lo que más me gusta de mis palabras y de mi corazón. Que estos jamás se defraudarán entre ellos. También que nunca buscaron la aprobación, ni la explicación, ni la causa o motivo por los cuales camparon a sus anchas por mi humilde vida. En eso consiste la libertad de querer o no querer. La libertad de escribirlo o no escribirlo con palabras. Y la libertad de guardarlas para siempre después de sentirlas al abrazarlas con fuerza.

Me basta muchas veces sentir ese sentimiento de cerrar los ojos después de verme frente al espejo. Es la sencilla manera que tengo de frenarme en seco para observar que sigo siendo lo que escribí hace más de quince años. Porque eso significa que ahora soy lo que seré dentro de otros quince. Es la talla auténtica de las personas que confían en la suerte de expresar lo que sienten.

Y es la batalla contra el ego de los que no entienden esta profesión que no se compra con dinero. Quizás porque escribir no se puede entrenar, ni ensayar, como el sentimiento no puede pensarse, o el amor inventarse. Esta es la pluma que no se entrega, la que tacha con esmero la burla de la constancia mecánica de la sonrisa falsa. La que navega airosa con la ilusión de no perder el esplendor de una vida que consiguió la felicidad sin perder la esencia de su ser.

Lo que más me gusta de la poesía es que hay verdaderamente muy pocas personas capaces de entenderla. Es la razón fundamental de que confíe en ella, porque me asegura que los abrazos en su interior serán fieles al sentimiento de lo que transcriba. No puedo dudar de la escritura, como tampoco dudo del tiempo, o de lo que siento. Esto es lo que me alejó del mundo. Y lo que me otorgó esta especial forma de sentir. Es lo que me hizo ser ese alguien normal que ofrece una luz distinta. El poeta camuflado que sonríe cuando todos callan, y murmura cuando todos respiran. Por eso para mí, la vida sin palabras es la demostración de ser como los demás, ser lo que no somos, y por ende, significaría que los poetas no sabemos amar.

Francis Campos Jareño

Brenes, Sevilla, 25 de noviembre de 2016

HABLO POR ELLOS. POR LA MAYORÍA.

“En realidad te quiero para quererte”

Isaías Aguilar, Monterrey, México.

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En realidad hay miradas que mienten. Hay situaciones que se revierten. Y otras que no. En verdad hay conversaciones que contienen verdades que no son. Y amistades que son sin ser el humo disipado de esta vida que se ha vuelto efímera y discontinua.

Nuestro paso por el mundo parece que se trata de ese ansioso querer algo cuando no se tiene, y ese renegar de lo que se puede tener cuando dos manos se entrelazan. Esa confianza de pensar que lo tenemos todo cuando en realidad no tenemos nada, o casi nada. Es ese misterio de pensarnos que la vida es eso imposible que en realidad imaginamos pero que no existe. Eso en lo que pensamos mientras dejamos escapar lo que se va. Lo que se ha ido.

Y surgen situaciones de desconcierto. Ojos que alardeaban sobre mirar a un horizonte limpio. Mensajes que quisieron ser el unísono son que sólo fue un día, máximo dos. La vida se va. Se nos ha ido cuando caminábamos sin volver la vista atrás. Cuando decidimos que la premisa máxima era sonreír por dentro y por fuera. Sonreírle a los demás, aunque fuéramos conscientes de que no se lo merecían. Aunque guardáramos el silencio que otorga la dura sensación de callarse lo infinito. Lo que nunca se llevarán de nosotros. Jamás.

Y entre tanto, al frenarse el tiempo aparecen voces del pasado. Sensaciones olvidadas a miles de kilómetros que discurren levemente como esa brisa que roza nuestro cuerpo que divaga triste. Esa lenta caricia pura que es la consigna para resucitar. Ese amanecer por un instante que se nutre de lo insólito. El hecho de saber que hay personas grandes con grandes verdades. El rumor de lo profundo, que traspasa el alma que olvida las fotos y las coartadas de una carcasa que ya no necesitamos. Seguid fotografiando a la tristeza camuflada. Que yo me bajo de la vida. De esta puta vida de la mayoría.

Y se fue la vida. Pero llegaron los sueños para convertirse en realidad.

Por algo somos corredores de fondo. Por eso no hay más distancia que la que recorren los pasos de cada día sin importar lo que piensen los demás. Sin esperar nada a cambio de lo que damos por el puro arte de ayudar a quienes pensamos que son grandes personas. Aunque no lo sean. Aunque sólo necesiten un abrazo y crean que los demás no los necesitamos. La vida es este bucle de dejarse llevar y hacer las cosas porque nos nacen, y no porque las hemos pensado. Esa es la infelicidad más triste. Que a veces frenamos el curso de las cosas porque tenemos miedo. Porque asociamos fluidez a sentimiento, y sentimiento a dolor. No estamos capacitados para nada más que para hacer cosas poco duraderas. Necesitamos sentimientos diferentes en cortos espacios de tiempos. Como si costara esforzarse. Como si pensáramos que los grandes logros de las personas increíbles se deben a golpes de suerte. Pero la suerte no existe, ni para el éxito, ni para el sentimiento. La buena suerte se la debemos a nuestro corazón. A nuestro empuje y persistencia. A nuestra mirada cristalina. Eso es. Somos estrellas fugaces que queremos y podemos ser la luna Pero en cierto modo pocas veces queremos eso.

Nos hemos rendido antes de empezar. Y caminamos sin mover un dedo por nada. Navegamos porque nos llevan las olas sin saber a dónde. No tenemos claro el objetivo ni la cantidad de esfuerzo que necesitamos para lograr lo que queremos. Corremos y corremos sin importarnos nada. Lo fácil no es no sólo comprometerse, sino ni siquiera asumir la responsabilidad de ser educados, de ponernos en la situación de los demás. A veces pensamos que los demás tienen vidas fáciles. Que el mundo los ha colocado delante nuestra para que estén a nuestro servicio, como si pensáramos que somos una puñetera divinidad que merece ser alabada. Y realmente no somos nadie. Porque al fin y al cabo cuando conciliamos el sueño, lo hemos perdido todo. Hablo por ellos. Por la mayoría.

El lapso de tiempo necesario para afrontar el increíble reto de la vida ha llegado. Hay fronteras que demuestran su inexistencia, y una voz clara y dulce que me ha enseñado a valorar cada mañana la constancia que supone arrancar un pequeño fragmento de mí que tenía enterrado. No me importa absolutamente nada lo que piense este mundo que detesto, porque en cierto modo no cuenta para esto que estoy transcribiendo. Tampoco quiero que lea ningún punto de esta bocanada al aire, y espero que ni siquiera haya llegado hasta estas últimas palabras que me faltan para decirle que mejor así, que por favor caminemos por separado porque entonces la vida podrá campar al son que verdaderamente quiero. Ahora apagaré las velas que iluminan cada palabra con su significado. Y de este modo me despediré una vez más con el torso desnudo que se viste, con el puño apretado que resiste porque la vida tiene un sentido inequívoco. No me cabe duda. Y el primero de los sentidos es que la lucha significa silencio si no es mutua. Y yo me quedo con el silencio, porque lo mutuo significa amor, y el amor ha dejado de creer en las personas que son eso, genéricas y mayoritariamente estándares. En definitiva, el éxito del que hablo sólo le compete a esta última línea.

A ti. Que llegaste hasta el comienzo de este trozo de vida.

Francis Campos Jareño

Sevilla, miércoles 27 de julio de 2016

LO QUE HAY ENTRE NOSOTROS SE LLAMA TIEMPO

“La esencia de las personas es lo que las hace diferentes unas de otras. Cuando volvemos la vista atrás, sonreímos al ver que nada ha cambiado, que tanto tu vida como el mundo siguen evolucionando del mismo modo, es decir, siguen en el mismo sitio donde les dejaste. La esencia de las personas tras el paso de los años es esa, mantener la misma base, que comprende la misma sonrisa, la misma mirada y el mismo corazón para luchar por ser feliz”

Francis Campos Jareño, 2016

Francis Campos, Berlín, 2014

Francis Campos, Berlín, 2014

Ahora estás leyendo estas líneas y puedo verte. No eres la única persona. Posiblemente haya más gente como tú en estos momentos, o quizás no, quizás sólo tú estés inmersa en la lectura de esta ola que viene y va. No importa, relájate y disfruta de estas palabras que no se lleva el viento, que aún permanecerán en pie.

Han cambiado muchas cosas desde entonces y hay una que es exactamente igual que antes. El amor perdura en el tiempo, y eso es algo en lo que mucha gente está de acuerdo. Gandhi dijo: “un minuto que pasa es irrecuperable. Conociendo esto, ¿Cómo podemos malgastar tantas horas?”. Sencillamente, esta es nuestra oportunidad para desplegar nuestros sueños y plasmarlos en vivencias.

La vida se revoluciona cuando tienes dieciocho años. Se produce una explosión de libertad y se suceden luces de fuegos artificiales. Tienes ante ti mil oportunidades diferentes, y todas parecen fáciles y sencillas. Tanto, que podemos elegir el camino que más nos convenga en ese momento. Lo cierto es que la existencia del ser humano está llena de momentos bien diferentes y lo importante es que la elección de un trayecto sea la mejor en el tiempo en que ha de discurrir.

Recuerdo lágrimas, canciones y sonrisas, y también recuerdo cuando escribí la primera silva mientras mi corazón me decía que estaba ante aquello tan inmenso, aquello que jamás podría tener en otro instante que no fuera aquel. En ese caso, debía escribir y dejar constancia de ello, plasmarlo para siempre, sentirlo, acariciarlo y soñar, soñar que era de verdad, cuando en realidad no lo era.

Incluso pensé que jamás podría encontrar algo ni siquiera un poco parecido. Creía que aquella chica era algo único, pero realmente, perteneció sólo a aquel momento exacto.

La melancolía reinó por doquier, dejando paso a la poesía, en concreto a una colección de silvas que se asemejaban al movimiento de las olas del mar y que finalmente no tuvieron destinataria. Aquel triste final constituyó la salida por la puerta grande de la Torre de Marfil.

Pero con el tiempo, la tempestad amaina y resulta que la vida ya no es melancolía. La vida es o felicidad o nada, no existen otras opciones. No debemos despertarnos y pensar en qué están pensando los demás, pero sí puede pasar que al llegar la mañana del día siguiente una vez en pie podamos decidir qué queremos ser y dónde queremos estar.

Y cuando amanece no hemos de dirigirnos a cualquier persona y preguntarle por qué ha actuado de una determinada manera, por qué ha tomado una decisión cuando podría haber tomado otra bien distinta. No se puede culpar a los demás de nuestro fracaso ni hacer de las verdades algo objetivo. Existe nuestra verdad, la propia nuestra, que no tiene por qué coincidir con la de los demás. Nuestra vida nos pertenece a nosotros mismos, a nadie más. La felicidad reside en nuestro interior, en lo que hemos decidido ser. Y pagamos si lo hacemos mal, somos infelices siempre que no hacemos las cosas bien. Jamás nos olvidemos de eso.

Prefiero las palabras, sí, me gusta hablar, me gusta conocer, me gusta indagar y sobre todo soñar. Y me fascina escribir, eso más aún, escribir sobre ti y que te preguntes una y otra vez si te estoy describiendo a ti y a tus maneras. Esto es un acertijo. Quien tiene la pluma es quien decide.

También me gusta encender una vela y sentarme a pensar. Es un placer inigualable. Y qué me dices de soñar, ni la vida misma le hace sombra al sueño. No da tanto juego, pero tampoco cabe duda de que los sueños, sueños son.

¿Y qué son los sueños? En mis sueños eres una Princesa. ¿En la vida? En la vida probablemente te suspendería todos los exámenes a los que te presentaras. Eres buena persona, creo que en eso estamos de acuerdo, pero ¿qué me dices de lo demás? Me gusta observarte, me gusta que te acerques a un tipo que te gusta físicamente y te lo ganes. Para el chico es una técnica conocida como el mate del tonto. Se tardan unos cinco segundos como promedio en la conquista. Cosas mejores se ven en las tragedias de Shakespeare. Y a ti te gusta que el chaval hable poco, mejor calladito, con poco trasfondo, que hablar cuesta dinero y a menos palabras, menos problemas. Me encanta la facilidad con la que te conformas. Así vas de año en año. Un año arrasando y el siguiente para dejarlo e ir labrando otros caminos. Buena estrategia, vas ganando puntos.

Y a ellos los he visto mil veces llorar. ¿Son hombres? Sí, lo son ¿Por qué no? Él llora en casa. Ella se auto convence de que él tiene la culpa de todo. Claro, el chaval es un cabrón que le ha puesto los tochos. Bueno, a lo mejor él es el padre de Bambi y aún no lo sabe. Supongo que las cosas son así.

Y él llora ante sus amigos. Y siempre hay uno que lo sabe todo, y ese uno ni siquiera ha salido al ruedo a pegar un par de ostias. ¿Para qué? Si lo suyo es dar consejos imaginados, porque ya no recuerda ni la primera vez en que una chica lo besó y se estremeció asustado.

La vida es demasiado compleja a veces. Todo pasa, no existe nada eterno. Y el amor es una ficción que creamos en nuestra mente. No me gustaría que te engañaras, aunque es cierto que probablemente no querría que fuera así. A lo mejor hasta lucharía un poco por cambiarlo. Pero la vida no es cosa de poetas. A nosotros no nos interesa entrar en un lugar donde reina el Carpe Diem, porque lo pleno, lo victorioso, lo eterno está en los versos que describen sueños. Y la vida es un secreto para nosotros. Eso sólo una persona podría saberlo. Y esa persona es siempre una incógnita. Ella es perfecta porque me ha encontrado a mí. Ella es perfecta porque es a mi manera y yo soy a la suya. Es ideal porque es todo lo que he escrito durante años y lo que he soñado cada noche junto al mar.

¿Existe? Sí, seguramente. Está cerca, y no hay prisas. La estoy forjando en estas palabras. La sigo creando en cada verso prosaico. No pienses más de lo que debes, no cruces estas líneas que yo sólo conozco. Ella existe y se llama vida. Yo existo y me denomino sueño. Lo que existe entre nosotros se llama tiempo, y el tiempo es el mejor aliado de esta tinta que habla de las que no se corresponden con la vida… de las que ya se han muerto…

Francisco José Campos Jareño

Brenes, Sevilla – 9 de diciembre de 2008

LO QUE HAY ENTRE NOSOTROS SE LLAMA TIEMPO

“La esencia de las personas es lo que las hace diferentes unas de otras. Cuando volvemos la vista atrás, sonreímos al ver que nada ha cambiado, que tanto tu vida como el mundo siguen evolucionando del mismo modo, es decir, siguen en el mismo sitio donde les dejaste. La esencia de las personas tras el paso de los años es esa, mantener la misma base, que comprende la misma sonrisa, la misma mirada y el mismo corazón para luchar por ser feliz”

Francis Campos Jareño, 2016

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Francis Campos, Berlín, 2014

Ahora estás leyendo estas líneas y puedo verte. No eres la única persona. Posiblemente haya más gente como tú en estos momentos, o quizás no, quizás sólo tú estés inmersa en la lectura de esta ola que viene y va. No importa, relájate y disfruta de estas palabras que no se lleva el viento, que aún permanecerán en pie.

Han cambiado muchas cosas desde entonces y hay una que es exactamente igual que antes. El amor perdura en el tiempo, y eso es algo en lo que mucha gente está de acuerdo. Gandhi dijo: “un minuto que pasa es irrecuperable. Conociendo esto, ¿Cómo podemos malgastar tantas horas?”. Sencillamente, esta es nuestra oportunidad para desplegar nuestros sueños y plasmarlos en vivencias.

La vida se revoluciona cuando tienes dieciocho años. Se produce una explosión de libertad y se suceden luces de fuegos artificiales. Tienes ante ti mil oportunidades diferentes, y todas parecen fáciles y sencillas. Tanto, que podemos elegir el camino que más nos convenga en ese momento. Lo cierto es que la existencia del ser humano está llena de momentos bien diferentes y lo importante es que la elección de un trayecto sea la mejor en el tiempo en que ha de discurrir.

Recuerdo lágrimas, canciones y sonrisas, y también recuerdo cuando escribí la primera silva mientras mi corazón me decía que estaba ante aquello tan inmenso, aquello que jamás podría tener en otro instante que no fuera aquel. En ese caso, debía escribir y dejar constancia de ello, plasmarlo para siempre, sentirlo, acariciarlo y soñar, soñar que era de verdad, cuando en realidad no lo era.

Incluso pensé que jamás podría encontrar algo ni siquiera un poco parecido. Creía que aquella chica era algo único, pero realmente, perteneció sólo a aquel momento exacto.

La melancolía reinó por doquier, dejando paso a la poesía, en concreto a una colección de silvas que se asemejaban al movimiento de las olas del mar y que finalmente no tuvieron destinataria. Aquel triste final constituyó la salida por la puerta grande de la Torre de Marfil.

Pero con el tiempo, la tempestad amaina y resulta que la vida ya no es melancolía. La vida es o felicidad o nada, no existen otras opciones. No debemos despertarnos y pensar en qué están pensando los demás, pero sí puede pasar que al llegar la mañana del día siguiente una vez en pie podamos decidir qué queremos ser y dónde queremos estar.

Y cuando amanece no hemos de dirigirnos a cualquier persona y preguntarle por qué ha actuado de una determinada manera, por qué ha tomado una decisión cuando podría haber tomado otra bien distinta. No se puede culpar a los demás de nuestro fracaso ni hacer de las verdades algo objetivo. Existe nuestra verdad, la propia nuestra, que no tiene por qué coincidir con la de los demás. Nuestra vida nos pertenece a nosotros mismos, a nadie más. La felicidad reside en nuestro interior, en lo que hemos decidido ser. Y pagamos si lo hacemos mal, somos infelices siempre que no hacemos las cosas bien. Jamás nos olvidemos de eso.

Prefiero las palabras, sí, me gusta hablar, me gusta conocer, me gusta indagar y sobre todo soñar. Y me fascina escribir, eso más aún, escribir sobre ti y que te preguntes una y otra vez si te estoy describiendo a ti y a tus maneras. Esto es un acertijo. Quien tiene la pluma es quien decide.

También me gusta encender una vela y sentarme a pensar. Es un placer inigualable. Y qué me dices de soñar, ni la vida misma le hace sombra al sueño. No da tanto juego, pero tampoco cabe duda de que los sueños, sueños son.

¿Y qué son los sueños? En mis sueños eres una Princesa. ¿En la vida? En la vida probablemente te suspendería todos los exámenes a los que te presentaras. Eres buena persona, creo que en eso estamos de acuerdo, pero ¿qué me dices de lo demás? Me gusta observarte, me gusta que te acerques a un tipo que te gusta físicamente y te lo ganes. Para el chico es una técnica conocida como el mate del tonto. Se tardan unos cinco segundos como promedio en la conquista. Cosas mejores se ven en las tragedias de Shakespeare. Y a ti te gusta que el chaval hable poco, mejor calladito, con poco trasfondo, que hablar cuesta dinero y a menos palabras, menos problemas. Me encanta la facilidad con la que te conformas. Así vas de año en año. Un año arrasando y el siguiente para dejarlo e ir labrando otros caminos. Buena estrategia, vas ganando puntos.

Y a ellos los he visto mil veces llorar. ¿Son hombres? Sí, lo son ¿Por qué no? Él llora en casa. Ella se auto convence de que él tiene la culpa de todo. Claro, el chaval es un cabrón que le ha puesto los tochos. Bueno, a lo mejor él es el padre de Bambi y aún no lo sabe. Supongo que las cosas son así.

Y él llora ante sus amigos. Y siempre hay uno que lo sabe todo, y ese uno ni siquiera ha salido al ruedo a pegar un par de ostias. ¿Para qué? Si lo suyo es dar consejos imaginados, porque ya no recuerda ni la primera vez en que una chica lo besó y se estremeció asustado.

La vida es demasiado compleja a veces. Todo pasa, no existe nada eterno. Y el amor es una ficción que creamos en nuestra mente. No me gustaría que te engañaras, aunque es cierto que probablemente no querría que fuera así. A lo mejor hasta lucharía un poco por cambiarlo. Pero la vida no es cosa de poetas. A nosotros no nos interesa entrar en un lugar donde reina el Carpe Diem, porque lo pleno, lo victorioso, lo eterno está en los versos que describen sueños. Y la vida es un secreto para nosotros. Eso sólo una persona podría saberlo. Y esa persona es siempre una incógnita. Ella es perfecta porque me ha encontrado a mí. Ella es perfecta porque es a mi manera y yo soy a la suya. Es ideal porque es todo lo que he escrito durante años y lo que he soñado cada noche junto al mar.

¿Existe? Sí, seguramente. Está cerca, y no hay prisas. La estoy forjando en estas palabras. La sigo creando en cada verso prosaico. No pienses más de lo que debes, no cruces estas líneas que yo sólo conozco. Ella existe y se llama vida. Yo existo y me denomino sueño. Lo que existe entre nosotros se llama tiempo, y el tiempo es el mejor aliado de esta tinta que habla de las que no se corresponden con la vida… de las que ya se han muerto…

Francisco José Campos Jareño

Brenes, Sevilla – 9 de diciembre de 2008

El Miracle

«Todas las personas pueden caer. Todas pueden sonreír a pesar de las dificultades que no se ven, todas pueden ayudar sin descanso por encima de su ser. Y por eso mismo, todas las personas pueden volver para escribir un punto y final que deje de querer y empezar a regalarse grandes cosas sólo a su propio ser.»

Francis Campos

«La soledad es una pasada a veces…lo malo de la soledad es que es tan buena que te acostumbras…»

Anónimo

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El miracle es salir cada día a la calle a partirse la cara por la gente que realmente merece la pena. Sonrío a la vida y ella me sonríe a mí. Es la mutua sensación de no debernos nada. Ese ajuste de cuentas no pendiente que deja a la deriva a quien no conviene.

Qué es lo peor que podría suceder si apago el teléfono un día. Y qué pasaría si lo hiciera dos, o tres, o más tiempo. No pasaría nada. Algunas personas seguirían estando ahí. Entenderían tu modo de vida, tu manera de sonreír aunque las cosas no sean como nosotros queremos. Lo entenderían porque esperan y quieren lo mejor para ti, por encima de lo mejor de ti.

Siempre he pensado que hay un punto en la vida en el que tenemos que hacer un ERE. No una criba normal, sino una selección natural, un descarte sincero, con la única contemplación de tener fe en las personas que a lo sumo componen los dedos de un mano. Es a mi juicio un acto de salud mental.

Y entonces le damos la bienvenida al silencio, y frenamos la sonrisa, y a escondidas mantenemos la mirada perdida en algún punto incierto. No existe en la vida nada más puro que actuar con la mano en el corazón. Por eso mismo, cuando nos quedamos solos con nosotros mismos, no estamos pensando, sino sintiendo que lo que de verdad queremos es eso, pasarnos la vida sintiendo.

Hay un milagro en el que muy pocas personas creen. No por falta de fe, sino por dejadez; no por falta de voluntad, sino por falta de actuar. No importa que la libertad nos otorgue la oportunidad de escaparnos lejos de todas aquellas personas que nos miran como a nadie. Lo que importa es que un día al levantarnos esas personas habrán escapado más lejos que nosotros.

Y no me refiero al hecho aproximado de aproximar nuestras manos y nuestros labios, sino al hecho de golpear hasta matar, y silenciar hasta hacer mudas las palabras. El corazón se nos muere de no usarlo. Y es cierto que llega un día en que ni siquiera late, ni ya lo hará. Hay veces en las que sin saberlo estamos aniquilando la posibilidad de sonreírle al infinito, o al menos a aquello que puede durarnos toda una vida.

Y no pasa nada, porque no hay nada más claro que no responder a una pregunta que nos ofende. Porque la ofensa no es una demostración de sentimiento, sino una lanza que nos aleja de cualquier opción y deja en entredicho nuestra capacidad de amar. Es una manera de decirle a la otra persona: “yo soy lo que importa, y mi felicidad está por encima de la tuya”.

El egoísmo ha hecho mucho daño. Nos pasamos la vida queriendo cambiar a los demás, culpando al prójimo de todo lo malo que nos sucede. Es como si necesitáramos esa dependencia interna de no sentirnos responsables por nada, y al transmitir todas esas cosas negativas echamos de nuestra vida a alguien que mataría por nosotros. Es entonces cuando la vida sitúa las cosas en su sitio. El bien nunca puede convivir con el mal.

Y otro día topamos con problemas comunicativos. Con esa intención de pasar de largo evitando una sonrisa. Es como divisar a alguien a lo lejos y pretender al mismo tiempo mantener el horizonte a miles de kilómetros. Como si para nuestros adentros la vida fuera a respetarnos esa distancia sin desgastar el timón de la otra persona. También se cansan de esperarnos y nosotros de esperar a los demás. Y es en ese bailar a distintas horas donde muere el amor y se evapora el miracle.

La vida ha ejercido su papel de justiciera. El reset necesario de tomar la iniciativa cuando los demás se dejan llevar. Yo adoro fluir, pero amo decidir y sueño con sentir. Será que el valor de romper con todo provoca un huracán que arrasa con ese todo a su paso. No estamos preparados para sufrir, por eso no confiamos en nadie. Pero en realidad no estamos preparados para dar el primer paso, que simplemente significa avanzar sin retroceder, y dedicarle el tiempo necesario a las personas que nos harían planear sin descanso. Vivir no consiste en correr mucho sin saber hacia dónde, ni en justificarse, ni en evadirse. El verbo vivir contempla cambiar de paradigma y ejercer el claro compromiso de decirle a los demás lo que somos y lo que queremos para que un día en el que hayamos dejado de creer en todo, se produzca el miracle de que dos personas bailen en el mismo lugar, a la misma hora y al mismo ritmo.

Vuelo Barcelona-Sevilla

Miércoles 8 de junio de 2016.

EL ECLIPSE DE UN DÍA COMO EL DE HOY

“Ella te tiene presente por las cosas que le gustan de ti…»

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Capileira, Alpujarra Granadina

Esta encrucijada de sentir la vida, en ocasiones rara, es esa desolación de los domingos por la tarde. Ese querer hundir el barco ajeno cuando el nuestro no quiere navegar. Me pregunto por qué, y la única respuesta que encuentro está en el corazón, en ese más allá del que huir cuando pensamos que ser responsable equivale a ser mediocre.

Hay días, demasiados días en los que navegar se convierte en el camino solitario de la independencia. En esa transferencia de poder hacia uno mismo, en la que de lo único de lo que te vales es de ti mismo y de tu ilusión y tesón por continuar. Aunque parezca lejos, es cercano el hecho de no tener que depender de nada ajeno a nosotros. Y por triste que parezca, es la vida misma la que nos ha llevado a estos derroteros. El de las redes sociales, y el de los bailes de contrastes en los que besar varias bocas equivale a ponerle las pilas al que ya se ha quemado.

Al fin y al cabo, no existe mayor liberación que la de no necesitar absolutamente nada de nadie. No por el hecho de enfadarse o polemizar ante situaciones justas o injustas, sino por la talla que alcanza la educación, la modestia y el respeto cuando hacemos las cosas por lo que sentimos, y no por la repercusión o el futuro que sostienen. No existe nada que pueda derribar a un corazón que es capaz de mantener firme el propósito de ser libre y honesto.

Por eso las expectativas se han llegado a convertir en una serie de excusas que nos ponemos frente a nosotros cuando pasamos de largo sin saludar, o en una falsa pretensión de mantener en pie una ilusión desilusionada. Si no estamos dispuestos a actuar con coraje, ¿por qué avanzamos? ¿Es justo mostrar una sonrisa y un guiño cuando realmente queremos decir no tengo el suficiente valor de tomar tu mano y llevarte al fin del mundo? No estamos preparados para nada más que ser superfluos seres que buscan la autocomplacencia y el que nos recarguen la autoestima. Somos unos demandantes de coaching que detestamos el amor. No por su significado, sino por nuestro poco valor.

Nada cambiará la tarde de los domingos, ni los días lluviosos en los que la lluvia no convierta un desierto en manantial. La vida seguirá su curso, y sentiremos la grandeza de ser los independientes luchadores cuyo caminar navegue cuando la inercia lo permita, cuando quizás brevemente reinen los valores de aguantarse la mirada dos días seguidos. Nada cambiará ni nos convertirá en seres interdependientes cazadores de sueños porque no asumiremos el compromiso de apostar. Esa valiente elección que grite un nombre y lo grabe sin esconderse sobre la sombra del éxito efímero. Y pase por encima de esa construcción a base de la experiencia que supone calificar a las personas por lo que dicen y aparentan, y no por lo que realmente son y son capaces de darnos.

Hemos provocado la destrucción de las estrellas más bellas. Hemos hecho grande el sol pero hemos provocado el derrumbe del anochecer con nuestra media sonrisa. No se trata de quienes somos y dónde estamos, sino de quienes queremos ser y a dónde queremos llegar. Porque al mirar hacia el infinito extrapolamos nuestros sueños, nuestra sonrisa, y somos capaces de ensalzar la hemosa estampa de dar un beso y cerrar los ojos para sentir que la luna acaba de provocar el eclipse más bello durante un día como el de hoy…

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Francis Campos Jareño. 16 de mayo de 2016. Sevilla.

(*Fotos de mi amigo el atleta y triatleta Francisco Javier Tovar)

 

ENAMÓRATE DE UN CASTILLO SIN NAIPES

“Enamórate de un castillo sin naipes, o no te enamores, porque muchas de las flores que contemplamos se secan al sol.” (Francis Campos)

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No tienes que ser el mejor ni el que más alto vuele. Tienes que ser tú de principio a fin, porque siendo tú no importa lo que sean los demás. La competición más importante de todas está en nuestro propio corazón. Y sobre todo en saber dominarlo, dosificarlo y no entregarlo si se esconde el sol. Por eso, el rayo de luz más incesante es siempre el cara a cara con uno mismo…

El corazón no entiende de razones sino de impulsos y emociones. La razón más importante que presiente es el compás de la vida, ese que a veces empieza y otras veces termina. Y la libertad que nunca quiere ser efímera empuja a tientas al dominio de escribir lo que se quiere y lo que se siente. No hay querer más bello que el que explica con palabras y también con hechos lo que una mirada termina de aclarar. Por eso este vals inicia un rumbo que escapa a deshoras de la madrugada que nos aguarda, la noche en que nos abrazamos hasta amanecer y desfallecer con la única atadura de hacerle frente al reloj que nos persigue.

La valentía no es un valor medible, como sí lo son anochecer con esa persona y la ausencia de excusas al amanecer. La luz solar advierte un sueño y la luz lunar una ilusión hecha realidad. Lo que escapa a este brillar no es pasión sino evasión, ni calor sino escapar. Cortejar es como bailar, y amar es traspasar un cuerpo de un flechazo que deja huella, que denota esa rabia de apretar los dientes por desear algo que en ocasiones se escapa. Porque la vida hace justicia a los corazones que purifican el camino recorrido. Se va porque es destino. Y al discurrir tan lejos nos demuestra que fueron vanas tantas noches de desatino.

La sensación más hermosa que se puede tener es la de sentir la calma de un mar que deja de estar enfurecido. Es entonces cuando resuenan los latidos y se enciende la mirada, y al pronunciar versos como leve marejada, toman manos cuerpos que entrelazan pieles encontradas. El abrazo infinito que nunca deja de mirar más allá del horizonte, como si el presente se hubiera detenido y el pasado se hubiera lanzado al olvido, siendo el futuro el ruidoso tic tac que en vez de hacer el amor, enreda los caminos como brumas que se pierden sin sentido.

Yo sé que no es sencillo enamorarse. Como tampoco es sencillo mantener fija la mirada sin temblar una sola vez. Yo sé que no es fácil hallar el momento en que dos cuerpos persigan lo mismo que dos almas unidas pueden encontrar. Pero a veces es más difícil defraudar y lo hacemos, como faltar el respeto y ser lo educado y lo agradecido con la vida que nadie nos enseñó, pero que aprendimos a la perfección. La vida no es sencilla pero la hacemos complicada. Todo lo enrevesada que nuestra mente quiere y nuestro corazón dosifica. Todo lo que la armadura de nuestro cuerpo protege mientras ataca con su espada. Porque enigmáticamente a veces caminar implica masacrar, y sentir defenderse de este batallar sin sentido. Es lo que hacemos constantemente. Como si para sonreír tuviéramos que jactarnos de lo infelices que somos por dentro. Será que la verdad absoluta es que tenemos miedo. Que nos apena actuar con el corazón porque sabemos que somos honestos y justos con nuestros labios cuando besan para después desdecirse.

Y entre tanto pasan segundos en los que se pierde la magia. Tiempo pasado que jamás volverá. No es necesario dejarse llevar, ni obligatorio hacer feliz a nadie. Pero a veces viene bien un poco de sonrisa sincera, y un poco de besarse donde quiera que dos miradas se encuentren y piensen que la vida es un presente consentido, que inevitablemente busca enamorarse de una ilusión, que al fin y al cabo consiste en el sueño de encontrar a esa persona que te haga vibrar. Ese alguien que al mirarte te admire por ser quién eres, y por lo que haces y dices. Porque llegará el momento en que un abrazo no busque arrojarte a una jaula en la que se disipen los latidos. Porque arribarán tiempos en que ser quienes somos, nos devuelva la ilusión de sentirnos orgullosos por haber entregado el infinito de nuestro ser. Y mientras vuelva este grandioso querer, no perdamos la esencia de desfallecer mientras luchamos por hacernos invencibles, sigilosos y soñadores a la vez.

Francis Campos Jareño

Brenes, Sevilla, 8 de mayo de 2016.